Barcelona estrena en el Museo de Historia de Catalunya, la exposición Moda i modistes. Col·lecció Antoni de Montpalau, una muestra que ensalza el oficio de las modistas y su contribución en la moda a lo largo del siglo XX. Un oficio tradicional y artesanal, desempeñado por mujeres, que representó en su momento una plataforma de emancipación femenina en el ámbito laboral, empresarial y creativo. Una actividad, conectada con la moda, que ayudó a desarrollar la industria textil y del comercio de la época. Su intenso trabajo ha requerido desde siempre conocimiento, destreza y dedicación, y en ocasiones todo este saber hacer ha quedado en la sombra, al margen de los grandes nombres del diseño y de las marcas. Es por este motivo que, Moda i modistes representa una mirada amplia a la obra y a la trayectoria de muchas mujeres que, han permanecido en el anonimato más allá de la memoria oral familiar o del recuerdo de su antigua clientela.
La exposición se divide en varios apartados, donde se desarrolla la profesión a través de la historia de la confección, los cambios sociales con la emancipación de la mujer, y la evolución y el saber hacer del oficio durante el siglo pasado hasta día de hoy. A continuación, te desarrollamos un breve resumen de lo que se puede ver en esta muestra.
Las trabajadoras de la aguja
Las mujeres consiguieron lograr un espacio propio en el arte de hacer vestidos a finales del siglo XIX. Antes era un oficio reservado a los sastres, y a penas las mujeres tenían entrada a la confección sino era por vía familiar o como colaboradoras. Fue en esta época y ya en la primera década del siglo XX, cuando el trabajo de modista se convirtió en una de las principales formas de inserción de la mujer al mundo laboral, más allá del trabajo en la fábrica, entre otras profesiones como la docencia.
La modistería se extendió debido a que para aprender el oficio no había que ir necesariamente a ninguna escuela, sino que bastaba con el aprendizaje en un taller o incluso de manera autodidacta a partir de manuales de corte y confección, y además porque este aprendizaje ofrecía la posibilidad de establecerse por cuenta propia con cierta facilidad una vez dominada la técnica.
Esta época también coincidió con el arranque del feminismo y el nacimiento de varias iniciativas a fin de proteger a las trabajadoras del sector.
Modista de profesión, un oficio en expansión
Las modistas representaban un colectivo muy variado que a menudo estaban al margen de los gremios y las organizaciones obreras: podían trabajar en un pequeño taller propio; en el de una modista establecida, en una casa de alta costura o bien ir a coser en domicilios particulares. En el oficio había muchas categorías, en función de la habilidad, el buen gusto, y, sobre todo, la clientela que tenían.
Hasta que el prêt-à-porter no se expandió de forma generalizada hacían falta muchas modistas para confeccionar ropa para las diferentes clases sociales. Las capitales de provincia y de comarca y las grandes ciudades aglutinaron un gran número de modistas, pero también cada ciudad pequeña y cada pueblo tenía sus modistas, con una clientela muy fiel. En el escalado del oficio había muchas categorías, desde la portera que hacía también de modista, porque disponía de suficiente tiempo en el trabajo, hasta las modistas de renombre, pasando por las que tenían una clientela humilde, las que trabajaban para otros, ya fuera en casa o en los diferentes talleres, las que iban a coser a domicilio, las que tenían un cierto nombre, pero no etiquetaban, por discreción o por economizar, o las que, con el orgullo del trabajo bien hecho, ponían su nombre en cada pieza.
¿Y cuáles eran sus fuentes de inspiración? Por norma general, las modistas eran más seguidoras que no creadoras e interpretaban a su manera las propuestas de moda de cada década y, a su vez, la adaptaban a los gustos, la talla y las diferentes posibilidades económicas de cada cliente. Las revistas, los desfiles donde se daban a conocer las tendencias de cada temporada, el cine con la irrupción de estrellas icónicas y la calle eran constantes fuentes de inspiración.
De hecho, a partir del trabajo realizado por las modistas, se puede repasar la moda de casi todo el siglo XX hasta que no se consolidó el prêt-à-porter. Las casas de alta costura de París, Milán o también de Barcelona dictaban las tendencias, se inventaban modelos y tenían una producción reducida y elitista. Las modistas, que entonces se contaban por miles, fueron las principales clientes de la industria textil porque compraban o recomendaban comprar las telas y tejidos para la clientela. Esto a su vez favorecía el comercio, generaba ingresos en las grandes casas de costura en comprarlos patrones y glasilla, fomentaban los talleres de bordados y de plisados, generaban puestos de trabajo e iban transmitiendo el oficio hasta llegar a la actualidad.
El legado se mantiene vivo
Los tiempos han cambiado y actualmente esta profesión mantiene la fuerza de antaño. Aun así, el legado de las modistas sigue vivo, simplemente se ha transformado. Las nuevas modistas continúan haciendo adaptaciones de ropa para tiendas y particulares, trabajan también para talleres de confección y realizan patronajes y prototipos para empresas grandes que luego fabrican fuera. En paralelo, también ha surgido una nueva generación de jóvenes creadoras que elaboran una producción artesanal y limitada, que se contrapone a la producción industrial a gran escala y de dudosa calidad. El trabajo de estas modistas es revalorizar la moda hecha a mano, la personalización y las prendas exclusivas para un cliente que valora el arte y el esfuerzo del hecho a mano.
La exposición Moda i Modistes se estrena hoy en el Museo de Historia de Catalunya y se podrá visitar hasta el próximo 13 de octubre de 2019. Una buena oportunidad para descubrir el legado y la evolución de este oficio artesanal centenario.